20120303

El archipiélago de los espectadores

Christian Ruby
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L’archipel des spectateurs, (XVIII°-XXI° siècles), Editions Nessy, Besançon, 2012. 
Cf. www.editionsnessy.fr


¡Convertirse en espectador! Pareciera que ya nadie piensa que puede serlo. Menos aún prestar atención a la posibilidad de tener que realizar ejercicios para convertirse en uno. Sin embargo, todos somos inmediatamente espectadores. Pero ¿De dónde proviene esa certeza? ¿Es posible que exista una naturaleza propia del espectador?
No existen naturaleza de espectadores per se, más aún considerando que tenemos que comprender que algunas costumbres históricas las desarrollamos como parte de una “naturaleza” de la cual no tenemos consciencia sino en el momento en el que ese espectador -en el cual nos convertimos inadvertidamente- está destinado a contemplar las realidades del mundo y –entre ellas- el arte contemporáneo.

Según este criterio, no nacemos espectadores, nos convertimos en espectadores. Ahora bien, convertirnos es el resultado de un crecimiento forjado en miradas, audiciones, lecturas y formas de juzgar, por las mismas obras que apreciamos y la confrontación de éstas con otras. Sin embargo, para lograr convertirnos en espectadores ha sido necesario desarrollar un proceso especial, que consiste –primero- en examinar aquellos ejercicios con los cuales nació el espectador clásico.

El punto de origen pudiera ubicarse mediante el estudio de un número limitado de personas, entre los que podemos incluir escritores, historiadores y filósofos que han registrado su trayectoria. De esta manera, hemos decidido trabajar analizando a los filósofos del siglo XVIII, en el momento en que -con el nacimiento de la estética- se inventa y codifica la función de espectador tanto de obras de arte, como del mundo, de la naturaleza y la historia, todos estos pertenecen al contexto controvertible conocido como la Ilustración.

En este orden de ideas, es posible realizar una retrospección histórica que nos ayude a la formación del concepto de espectador tal como fuere abordado por los filósofos del siglo XVIII. Éste nos indica que esta figura se produjo de manera histórica, era exigida por la situación presente en la cual cada uno puede observar el “fin” de una figura clásica, y el nacimiento de un nuevo tipo de espectador. Por lo tanto, esta retrospección permitía relativizar el peso cerca de algunos de un ideal de “espectador”, calcado sobre el modelo clásico y despejar perspectivas optimistas en cuanto al comportamiento de los públicos contemporáneos.

Por otra parte, la era clásica no estableció los lineamentos de la actividad fundadora del espectador, incluso surgen algunas críticas sobre ello, sugiriendo que las artes intentan desplazar los ejercicios y el sentido común otorgado, sometiéndolo a divergencias cada vez más importantes. El arte moderno, y luego el arte contemporáneo inventaron al espectador y al observador, en vez del “espectador”. Sin embargo, durante el siglo XX, los medios de comunicación y los Estados, multiplicando las estatizaciones de la sociedad, inventaron también algunos tipos de espectadores nuevos: el espectador de medios y el espectador de estadios, por ejemplo. El conflicto se agrava también entre estos últimos y los intelectuales que no les profesan afecto alguno.

De estos conflictos, es posible aprender una lección esencial, pues si jamás ha existido el espectador, es posible señalar que no existe alguna forma clásica de unificación. Es por ello que conviene entonces tomar en serio trayectorias múltiples y heterogéneas de espectadores. En las artes, por ejemplo, el “espectador”, el observador y el espectador, no cumplen los mismos ejercicios, siendo posible representar cada uno de los tres simultáneamente, dentro de nuestras actividades o diversas visitas.
            Por otra parte, estas dinámicas y trayectorias de espectadores pueden conducir a composiciones archipelágicas. Esta figura de archipiélago pretende señalar que no sólo podemos y debemos tomar en serio esta idea de espectador, cambiante, múltiple, polémico, sino que -en otras palabras- la idea de espectador es una constante apertura y elevación de su “yo”, pero que también debemos pensar en el común que envolvería a los espectadores. Se ha dado sólo en las costumbres que son ha deshacer. Es alejándose que el espectador logra y puede lograr otro común. Componiendo sus diferencias, los espectadores podrían volver a pensar en su acción en la ciudad, sin ceder a las asignaciones de las cuales se pueden confinar.

Teniendo esto en cuenta, el lector pudiera abordar esta obra de dos maneras. Ya sea en lectura lineal, donde él ve dibujarse los conflictos en cuestión; o comenzando por la segunda parte, y volver después a la primera para entender la significación y la vanidad de las nostalgias más frecuentes.
            Mientras sucede el proceso de convertirse en espectador cada uno de nosotros cumple una trayectoria gracias a la cual se ponen constantemente en juego sus gustos y encuentra la posibilidad de discutirlos con los otros.
De esta manera, es posible resumir el proceso de desarrollo una obra de la siguiente manera: contrariamente a lo que afirman muchos críticos, no existe en sí la norma del “buen” espectador. Para comprender esta excepción a la norma de comportamiento de los espectadores, hay que confrontar nuestra época a la historia de las figuras del espectador.

Por lo tanto, es posible realizar la siguiente pregunta ¿Cómo los filósofos del siglo XVIII construyeron la actividad clásica del espectador? y ¿Cómo se educaron ellos mismos en los ejercicios que lo concretizan? A esto nos dedicaremos a continuación.
Pero hay que preguntarse por qué esta configuración fue traducida en un modelo que sirve, hoy en día, para medir los espectadores de los medios, de los estadios y de la sociedad. Algunos intelectuales les profesan poco afecto, o los acusan de degradar sin indulgencia el ideal clásico. Sin embargo, los nuevos espectadores no son ni pasivos, ni ignorantes, ni incapaces de emanciparse de las normas mismas del espectáculo.   
Es hora de volver a dibujar un arte del espectador contemporáneo. El arte contemporáneo nos ayuda,  por lo tanto a proponer un nuevo puesto para el espectador de la esfera pública.


(Traduction Maria Eugenia Perez Pinaud).